Tratando temas de Inteligencia Artificial en el ámbito de la justicia, nos recuerda Domenico Dalfino que “no ha habido ninguna revolución que no haya sido ya preconizada desde hace tiempo”. Y eso es precisamente lo que está ocurriendo desde hace un tiempo. Aunque solo sea como mera hipótesis —equivalente o no a las que en su momento formuló Julio Verne en forma de novela—, se viene anunciando que, en un futuro no necesariamente distópico, podría llegar el momento en que el juez sea sustituido por una máquina. Se suele hablar en ese sentido del juez robot o telemático y del juicio robótico o automatizado. Y ustedes podrán preguntarse: ¿pero qué película nos están contando hoy en Las Provincias?
Y no les faltará razón, porque si hay lugares plagados de robots de todo tipo y pelaje, son precisamente la literatura y el cine. Tenemos robots malvados como Ultrón en Avengers; entrañables, sentimentales y defensores del medio ambiente como Wall-E y su amiga EVA (Evaluadora de Vegetación Alienígena); otro de los buenos, como el Hombre de Hojalata y su búsqueda de un corazón en El mago de Oz; enormes y polifacéticos como los Transformers y su líder Optimus Prime; la entrañable pareja C-3PO y R2-D2 en la legendaria saga Star Wars; el casi humano teniente comandante de la Enterprise, Data, de Star Trek: The Next Generation, y su casi alter ego, Isaac, de The Orville; o el mítico Bender Doblador Rodríguez, de Futurama, en sus brillantes giros en sentido literal. En fin, en cuestión de robots, tanto en las páginas como en la pantalla podemos encontrar de casi todo: luchadores, simpáticos, perros asesinos, gigantes o genocidas de múltiples formas. Pero aunque podamos haber visto algún que otro robot policía, como Robocop, más difícil será encontrar un auténtico robot juez, por mucho que algunos personajes —como Dredd y otros menos ficticios— parezcan verdaderos bots. Sin embargo, es precisamente de los jueces robot de quienes más se habla últimamente, aunque sea para negar su futura existencia.
Ciertamente habrá gran dificultad, tanto ontológica como técnica, y mucho que prevenir. También habrá quienes nieguen toda posibilidad de sustitución por la máquina. Pero, mientras tanto, se dice que una empresa israelí ha creado una Inteligencia Artificial basada en las respuestas de la magistrada del Tribunal Supremo de los EE. UU., Ruth Bader Ginsburg, para ofrecer un chat que comprende preguntas de temática legal; o, sin ir más lejos, en algunos países como China ya hay robots que están dictando sentencias sobre diversos delitos, por el momento únicamente menores.
Lo que en estos momentos nadie pone en duda es que la tecnología podrá prever el resultado de un litigio futuro. Esto se consigue básicamente comparando un caso concreto con otros iguales o similares previamente resueltos, es decir, lo que la experiencia ofrece a cualquier profesional, pero de una manera más rápida y completa. Sin duda esto es útil para el prejuicio o valoración previa, para evaluar aproximadamente las expectativas de éxito; pero parece que algo tan simple no es lo más adecuado para el juicio, pues genera demasiada incertidumbre. Entre otras cosas, porque los hechos a comparar solo resultarán fijados después de constatar si son notorios, aceptados o determinados al finalizar la práctica de la prueba; y porque los precedentes se basan en normas muy diversas y a veces cambiantes, no siempre resultan uniformes al ser distintos según el tribunal, y también resuelven sobre objetos no necesariamente idénticos. Además, a todo esto se suman otros inconvenientes de carácter constitucional y de legalidad ordinaria. Según se afirma, será así porque la jurisdicción, conforme al artículo 117.3 de la Constitución, la ejercen exclusivamente jueces y magistrados (se supone que humanos), por los riesgos que implicaría para la separación de poderes, la independencia, la imparcialidad judicial, el derecho de defensa, la igualdad, la seguridad jurídica, la transparencia, la protección de datos e incluso por el artículo 22 del Reglamento 216/679, de 27 de abril, que establece que “todo interesado tendrá derecho a no ser objeto de una decisión basada únicamente en el tratamiento automatizado… que produzca efectos jurídicos sobre él o le afecte significativamente de modo similar”.
No obstante, además de ser factible en todo caso como ayuda, algunos reconocen que el juez robot podría resolver en determinados supuestos, como en asuntos repetitivos, en ciertas materias de tipo reclamaciones de dinero con pruebas objetivas, para litigios sencillos o al ofrecer determinadas soluciones acordadas. Es más, las objeciones señaladas no descartan que el juez robot pueda resolver, aunque sea con condiciones y límites. No en vano, en el informe The Ethics of Artificial Intelligence: Issues and Initiatives del Parlamento Europeo se afirma que debe ser segura, digna de confianza, fiable y actuar con integridad en caso de que la Inteligencia Artificial sustituya la iniciativa de la decisión humana. En cualquier caso, las cuestiones jurídicas son perfectamente superables con una correcta interpretación y un adecuado desarrollo normativo, por ejemplo, considerando al creador y mantenedor del algoritmo como juez a todos los efectos, incluidas las garantías de independencia. Y lo demás no es más que ciencia.
Las críticas y dificultades se centran en el estado actual, pero el futuro es tan incierto como posible, de modo que lo que hoy parece imposible podría ser perfectamente viable mañana en función del avance tecnológico. Si finalmente se consigue algo no idéntico al razonamiento judicial pero equiparable por una vía más eficiente en términos de rapidez y costes, tampoco deberíamos descartarlo directamente. En fin, ya veremos qué nos depara el futuro, porque hoy por hoy no se sabe nada con certeza. Como canta Tonino Carotone: “È un mondo difficile… e futuro incerto”. Pero, ¿y si sí?
